Lucía abrió el cajón del tocador de la habitación de sus padres. Buscaba el maquillaje de su madre, ya que ese día su padre le había dado permiso para utilizar aquella pintura tan especial y que tantas otras veces había tenido prohibido acercarse. Pero por fin ya era mayor, ya tenía 5 años, que se dice pronto. Tenía que practicar con las pinturas antes de dedicar todo su tiempo a Lolo, el muñeco que le pediría a su padre que le comprara.
- Qué rollo – decía la niña mientras se limpiaba la mancha del pintalabios que por error había ido a parar a la mejilla.
Su madre no estaba en casa para poder ayudarla con tan ardua tarea, pero no importaba porque ya había madurado, y comenzaba a tener responsabilidades. Lolo… Todavía tenía que pedírselo a su padre.
Lucía se miró al espejo. Estaba radiante. Sólo faltaba la purpurina por los ojos, pintados de color lila. Hecho. Se volvió a mirar y sonrió. Dejó las cosas y fue al armario de su habitación a por el vestidito de princesa. Mientras se dirigía a su habitación escuchó de fondo a su padre, que se encontraba en la cocina hablando con alguien por teléfono. Parecía enfadado, porque estaba gritando e insultando. Pobrecito quien estuviera al otro lado del teléfono. La niña llegó a su habitación, abrió el armario, cogió la silla de su escritorio, se subió en ella y cogió el vestido.
De nuevo en la habitación de sus padres, dejó el vestido encima de la cama y comenzó a desvestirse. Qué complicado. Si estuviera aquí su madre para ayudarla.
- Jopetas….
Primero la camiseta, luego las zapatillas y por último los pantalones. Cogió el vestido y se lo comenzó a poner. Mamá lo hacía todo más fácil. Después de unos minutos luchando contra el interior del vestido para poder sacar la cabeza por el orificio adecuado, respiró hondo y se colocó bien la vestimenta. Se puso los zapatitos que sus padres le habían regalado junto con el vestido. Se miró al espejo del armario y sonrió.
- ¡El lacito!
Faltaba el lazo rosa que venía con el vestido. Fue de nuevo a su habitación. Su padre continuaba dando voces por teléfono. Cogió el lazo de su tocador, fue al lavabo a peinarse y a limpiarse la cara de los manchones que tenía por haberse refregado con el interior del vestido. Ahora sí. Era una princesa de pies a la cabeza.
- Mamá…
Quería ver a su madre. Llevaba tres días fuera de casa de viaje de negocios, y la echaba mucho de menos. Su padre le hacía daño cuando la bañaba porque apretaba mucho con la esponja, no la peinaba suavemente y no la vestía como lo hacía mamá. Quería que volviera. Y pronto. Lucía se miró al espejo por última vez. Estaba radiante. Le plantó un beso al espejo y dejó la marca de sus labios pintados.
De pronto Lucía escuchó cómo se abría la puerta de la cocina. Su padre ya no estaba hablando por teléfono.
- ¿Lucía?
- Papi, papi, ven.
Su padre fue hasta donde se encontraba la niña, quien pudo ver que tenía los ojos rojos.
- ¿Papi?
- Pero cariño, qué guapa estás.
- ¿Estás llorando? ¿Por qué lloras?
- No cielo, es que a papá le han dado una buena noticia y está muy contento, y entonces llora de alegría.
- ¿Se puede llorar de alegría?
- Claro, pero sólo si estás muy muy feliz.
- ¿Entonces tú estás muy feliz?
- Sí cariño. Lo estoy…
- Qué guay, porque quiero que me compres el muñeco de la tele.
- Claro, lo que tú me pidas.
- Sólo eso. Hoy soy una princesa. Mañana seré una mamá.
- ¿Ah sí?
- Sí, y cuidaré de Lolo.
- ¿Lolo?
- Jo papá el muñeco, que no te enteras.
- ¡Ah! El muñeco, claro qué tonto…
- ¡Me lo has prometido eh!
- Sí cielo – el padre abrazó a la niña y le dio un beso en la frente -. Te quiero Lucía.
- Y yo quiero a Lolo.
- Claro… Piensa en Lolo. Piensa en cómo te está esperando en la tienda. Y lo buena mamá que serás. Piensa, mi princesa, en todo ello y sé feliz.
- ¿Tú eres feliz?
- Mucho cariño.
- ¿Por eso lloras?
- Sí…
- Yo… yo no estoy llorando, pero también soy muy feliz - Lucía le devolvió el abrazo a su padre.
- Te quiero mi niña.
El padre apuntó con una pistola a la sien de la niña y disparó. Notó como el peso de su cuerpo inerte caía sobre sus brazos. Miró su rostro sin vida. No paraba de salir sangre del orifico que la bala le había producido. Su princesa se había ido para siempre. Ahora estaría con su madre, muerta hacía tres días en un accidente de tráfico. El padre agarró fuerte de nuevo la pistola y esta vez la encañonó dentro de su boca. En el último segundo de su vida pudo ver a su mujer y a su hija, juntas y felices. Felices para siempre. Cuando aquel segundo pasó, el padre apretó el gatillo, marchándose para siempre pensando en que le había hecho un favor a su hija.
O__O joder... siempre me dejas sin respiración...
ResponderEliminarBrutal
Por mucho que te conozca y sepa que lo más probable es que tenga un final trágico, siempre consigues sorprenderme y dejarme impresionada...
ResponderEliminarEspectacular y espeluznante a la vez.....
La vírgen....parecía que iba a acabar bien y todo...pero sorprende ;)
ResponderEliminarMe encantan tus finales anti climax Víctor..son sorprendentes pero también reales, muy reales.
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