Aitor y Fabio se habían quedado observando aquel precioso collar de plata a través del cristal de la joyería.
- Es muy bonito – dijo finalmente Aitor.
- Y muy caro. Joder tío, ya tiene ser buena tu novia en la cama.
- ¿Y si le compro unos pendientes?
- Sí, no salgas de las joyas vaya a ser que se te frían las neuronas.
- Gracias por ayudar.
- De nada majo. Sólo digo que ensanches horizontes.
- Tranquilo, a ti te regalaré un vestido.
- ¡Oh, gracias! Ya te lo dejaré para cuando tu novia use contigo la braga-polla.
Media hora más tarde Aitor salía de la joyería con un conjunto de collar, pendientes y pulsera, todo ello de piedra lapislázuli. Guardó la bolsa con el regalo en el maletero del coche y llevó a su amigo hasta el centro del pueblo.
- Gracias por traerme.
- Nada, nada. Todo sea por que no llegues tarde a tus citas. Y dime, ¿la de hoy es soltera o…?
- Qué va. Tiene un marido que es jefe de nosequé departamento de nosequé banco.
- Veo que te informas bien.
- Chaval, lo que a mí me interesa es conocer su horario de trabajo, vaya a ser que me pille con las manos en la masa.
- Siempre le puedes comentar hacer un ménage à trois – le aconsejó Aitor guiñándole un ojo.
- No gracias.
- ¿No te va ese rollo?
- No me va ese banquero.
Aitor y Fabio se despidieron entre risas. Aitor puso rumbo a casa, donde iba a prepararle una sorpresa a Sofía. Todavía faltaba media hora para que llegara su novia a casa. Aitor aparcó el coche en su garaje, sacó el regalo del maletero, entró en casa y dejó las joyas envueltas en papel de regalo encima de la cama de matrimonio. Sacó un gran puñado de velas del cajón y las fue colocando desde la puerta del recibidor hasta el cuarto de baño. Dejó el grifo abierto para que se llenara la bañera. Cogió una bolsa llena de pétalos y fue repartiéndolos alrededor del camino de velas. También dejó unas pocas encima de la cama. Encendió todas las velas que había ido colocando por la casa. Miró el reloj. En cualquier momento llega. Se desvistió rápidamente y apagó todas luces para que las velas brillaran con todo su esplendor. De repente escuchó a su novia al otro lado de la puerta. Fue corriendo al cuarto de baño, cerró el grifo y se metió en la bañera. Escuchó los tacones de Sofía seguir el camino de velas que él le había marcado. Su corazón palpitaba con fuerza. Levantó la ceja para poner cara sexy cuando ella entrara al lavabo.
- Cariño... – dijo ella.
- Mi lady – susurró Aitor –. Aquí yace su sirviente dispuesto a cumplir sus órdenes.
- Aitor... – continuó Sofía acercándose torpemente a él entre tanta vela.
- Mi lady, mi querida lady... como no tenga usted cuidado con las velas le va a prender fuego a la casa con nosotros dentro.
- Aitor, escúchame.
- La escucharé y la montaré toda la noche mi lady...
- Aitor tu padre ha muerto.
Se acabó la broma. Se acabó el juego. Sofía le explicó cómo su cuñada la había llamado a ella para contarle lo sucedido, ya que le era imposible contactar con su hermano. Al parecer se había caído por las escaleras y no pudo superar el accidente. Para cuando la ambulancia llegó el hombre ya había fallecido. Feliz aniversario pensó Aitor.
Lo que pensaba que iba a ser un gran fin de semana comenzando con un increíble viernes celebrando los dos años de pareja, se convirtió en un fin de semana de luto. Aitor se visitó, llamó a su único hermano y decidieron que irían en ese mismo momento hasta el pueblo de sus padres para estar con la viuda. Colgó el teléfono, le comunicó a su novia que volvería el lunes o quizás el martes, cogió las llaves del coche, se despidió de su novia y se dirigió a casa de su hermano en su Audi TT.
Tardaron cinco horas en llegar a su destino. Era la una de la madrugada pero el tanatorio del pueblo estaba repleto de vecinos que deseaban darle el último adiós a aquel buen hombre. Aitor se dirigió al lugar donde se encontraba su padre. Estaba pálido, pero en su cara se podía observar una sensación de paz como pocas veces había expresado. Ni los dos hermanos ni su madre pudieron pegar ojo durante la noche. Así, al día siguiente la viuda pidió que incineraran el cadáver para poder esparcir las cenizas en el lago donde ambos ancianos se conocieron hacía ya cuarenta años.
Y así fue. Después de comer se acercaron los tres, la viuda y los dos hijos, hasta el lago. Ella cumplió su promesa arrojando las cenizas. Entre lágrimas, los tres subieron de nuevo al coche y pusieron rumbo a casa.
- Mamá – comenzó Aitor – nos gustaría que te quedaras con nosotros.
- Claro – continuó su hermano –. Podemos turnarnos. Si quieres, puedes venir a mi casa de momento.
- Gracias… a los dos. Pero no quiero ser un estorbo. En cuanto recupere un poco los ánimos buscaré un piso para mí sola.
Fueron cinco largas horas en las que a Aitor le dio tiempo a pensar en muchas cosas. Recordaba momentos que compartió con su padre, ese hombre que le enseñó todo lo que sabía, que le educó lo mejor que pudo, y que ahora se había marchado para siempre. Una vez su padre le dijo algo. No recordaba muy bien qué era.
Llegaron por la noche. Dejó a su hermano y a su madre en casa del primero. Se despidieron. Aitor les dijo que se pasaría a visitarles al día siguiente. Media hora después se encontraba en la puerta de su casa. Aparcó el coche y se miró en el retrovisor. Hacía horas que no derramaba una lágrima, y no era por falta de ganas.
Entró en casa y en ese momento recordó lo que le había dicho su padre: “hijo, ¿eres feliz? Si eres capaz de responder afirmativamente a esa pregunta mientras inspiras aire con una sonrisa en la cara, serás el hombre más envidiado de la tierra”. Se hizo aquella pregunta mientras abría la puerta de su casa, y sintió cómo una sonrisa afloraba en su boca, pero no fue capaz de responder a la pregunta. Era normal, pensó él, debido a los dos días que había pasado. Pero estaba enamorado, enamorado hasta las trancas. Ya era muy tarde, así que fue hasta su habitación sin hacer el menor ruido para no despertar a su novia. Fue desvistiéndose poco a poco mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Cuando estaba a punto de entrar a la habitación sintió un pinchazo en lo más profundo de su corazón. Entonces abrió la puerta.
Fabio…
Juer... pobre Aitor, no sale de una que se mete en otra... Pero esto de ficción tiene poco, desgraciadamente últimamente ésta parece ser la realidad que nos rodea, y qué quieres que te diga, no me parece nada mal que se encuentre el pastel del amigo, a ver si así los hombres empiezan a dejar de ser tan vacilones...
ResponderEliminarEstoy deseando leer la 2a parte así que publica ya!!!! jajajaja
Es que ya tal como está es perfecto!!!
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