miércoles, 14 de septiembre de 2011

COLISIÓN: Sorpresas de fin de semana (parte 1/6)

Aitor y Fabio se habían quedado observando aquel precioso collar de plata a través del cristal de la joyería.
-          Es muy bonito – dijo finalmente Aitor.
-          Y muy caro. Joder tío, ya tiene ser buena tu novia en la cama.
-          ¿Y si le compro unos pendientes?
-          Sí, no salgas de las joyas vaya a ser que se te frían las neuronas.
-          Gracias por ayudar.
-          De nada majo. Sólo digo que ensanches horizontes.
-          Tranquilo, a ti te regalaré un vestido.
-          ¡Oh, gracias! Ya te lo dejaré para cuando tu novia use contigo la braga-polla.

Media hora más tarde Aitor salía de la joyería con un conjunto de collar, pendientes y pulsera, todo ello de piedra lapislázuli. Guardó la bolsa con el regalo en el maletero del coche y llevó a su amigo hasta el centro del pueblo.
-          Gracias por traerme.
-          Nada, nada. Todo sea por que no llegues tarde a tus citas. Y dime, ¿la de hoy es soltera o…?
-          Qué va. Tiene un marido que es jefe de nosequé departamento de nosequé banco.
-          Veo que te informas bien.
-          Chaval, lo que a mí me interesa es conocer su horario de trabajo, vaya a ser que me pille con las manos en la masa.
-          Siempre le puedes comentar hacer un ménage à trois – le aconsejó Aitor guiñándole un ojo.
-          No gracias.
-          ¿No te va ese rollo?
-          No me va ese banquero.

Aitor y Fabio se despidieron entre risas. Aitor puso rumbo a casa, donde iba a prepararle una sorpresa a Sofía. Todavía faltaba media hora para que llegara su novia a casa. Aitor aparcó el coche en su garaje, sacó el regalo del maletero, entró en casa y dejó las joyas envueltas en papel de regalo encima de la cama de matrimonio. Sacó un gran puñado de velas del cajón y las fue colocando desde la puerta del recibidor hasta el cuarto de baño. Dejó el grifo abierto para que se llenara la bañera. Cogió una bolsa llena de pétalos y fue repartiéndolos alrededor del camino de velas. También dejó unas pocas encima de la cama. Encendió todas las velas que había ido colocando por la casa. Miró el reloj. En cualquier momento llega. Se desvistió rápidamente y apagó todas luces para que las velas brillaran con todo su esplendor. De repente escuchó a su novia al otro lado de la puerta. Fue corriendo al cuarto de baño, cerró el grifo y se metió en la bañera. Escuchó los tacones de Sofía seguir el camino de velas que él le había marcado. Su corazón palpitaba con fuerza. Levantó la ceja para poner cara sexy cuando ella entrara al lavabo.
-          Cariño... – dijo ella.
-          Mi lady – susurró Aitor –. Aquí yace su sirviente dispuesto a cumplir sus órdenes.
-          Aitor... – continuó Sofía acercándose torpemente a él entre tanta vela.
-          Mi lady, mi querida lady... como no tenga usted cuidado con las velas le va a prender fuego a la casa con nosotros dentro.
-          Aitor, escúchame.
-          La escucharé y la montaré toda la noche mi lady...
-          Aitor tu padre ha muerto.

Se acabó la broma. Se acabó el juego. Sofía le explicó cómo su cuñada la había llamado a ella para contarle lo sucedido, ya que le era imposible contactar con su hermano. Al parecer se había caído por las escaleras y no pudo superar el accidente. Para cuando la ambulancia llegó el hombre ya había fallecido. Feliz aniversario pensó Aitor.

Lo que pensaba que iba a ser un gran fin de semana comenzando con un increíble viernes celebrando los dos años de pareja, se convirtió en un fin de semana de luto. Aitor se visitó, llamó a su único hermano y decidieron que irían en ese mismo momento hasta el pueblo de sus padres para estar con la viuda. Colgó el teléfono, le comunicó a su novia que volvería el lunes o quizás el martes, cogió las llaves del coche, se despidió de su novia y se dirigió a casa de su hermano en su Audi TT.

Tardaron cinco horas en llegar a su destino. Era la una de la madrugada pero el tanatorio del pueblo estaba repleto de vecinos que deseaban darle el último adiós a aquel buen hombre. Aitor se dirigió al lugar donde se encontraba su padre. Estaba pálido, pero en su cara se podía observar una sensación de paz como pocas veces había expresado. Ni los dos hermanos ni su madre pudieron pegar ojo durante la noche. Así, al día siguiente la viuda pidió que incineraran el cadáver para poder esparcir las cenizas en el lago donde ambos ancianos se conocieron hacía ya cuarenta años.

Y así fue. Después de comer se acercaron los tres, la viuda y los dos hijos, hasta el lago. Ella cumplió su promesa arrojando las cenizas. Entre lágrimas, los tres subieron de nuevo al coche y pusieron rumbo a casa.
-          Mamá – comenzó Aitor – nos gustaría que te quedaras con nosotros.
-          Claro – continuó su hermano –. Podemos turnarnos. Si quieres, puedes venir a mi casa de momento.
-          Gracias… a los dos. Pero no quiero ser un estorbo. En cuanto recupere un poco los ánimos buscaré un piso para mí sola.

Fueron cinco largas horas en las que a Aitor le dio tiempo a pensar en muchas cosas. Recordaba momentos que compartió con su padre, ese hombre que le enseñó todo lo que sabía, que le educó lo mejor que pudo, y que ahora se había marchado para siempre. Una vez su padre le dijo algo. No recordaba muy bien qué era.

Llegaron por la noche. Dejó a su hermano y a su madre en casa del primero. Se despidieron. Aitor les dijo que se pasaría a visitarles al día siguiente. Media hora después se encontraba en la puerta de su casa. Aparcó el coche y se miró en el retrovisor. Hacía horas que no derramaba una lágrima, y no era por falta de ganas.

Entró en casa y en ese momento recordó lo que le había dicho su padre: “hijo, ¿eres feliz? Si eres capaz de responder afirmativamente a esa pregunta mientras inspiras aire con una sonrisa en la cara, serás el hombre más envidiado de la tierra”. Se hizo aquella pregunta mientras abría la puerta de su casa, y sintió cómo una sonrisa afloraba en su boca, pero no fue capaz de responder a la pregunta. Era normal, pensó él, debido a los dos días que había pasado. Pero estaba enamorado, enamorado hasta las trancas. Ya era muy tarde, así que fue hasta su habitación sin hacer el menor ruido para no despertar a su novia. Fue desvistiéndose poco a poco mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Cuando estaba a punto de entrar a la habitación sintió un pinchazo en lo más profundo de su corazón. Entonces abrió la puerta.

Fabio…


jueves, 8 de septiembre de 2011

LA PRINCESA LUCÍA

Lucía abrió el cajón del tocador de la habitación de sus padres. Buscaba el maquillaje de su madre, ya que ese día su padre le había dado permiso para utilizar aquella pintura tan especial y que tantas otras veces había tenido prohibido acercarse. Pero por fin ya era mayor, ya tenía 5 años, que se dice pronto. Tenía que practicar con las pinturas antes de dedicar todo su tiempo a Lolo, el muñeco que le pediría a su padre que le comprara.
-               Qué rollo – decía la niña mientras se limpiaba la mancha del pintalabios que por error había ido a parar a la mejilla.

Su madre no estaba en casa para poder ayudarla con tan ardua tarea, pero no importaba porque ya había madurado, y comenzaba a tener responsabilidades. Lolo… Todavía tenía que pedírselo a su padre.

Lucía se miró al espejo. Estaba radiante. Sólo faltaba la purpurina por los ojos, pintados de color lila. Hecho. Se volvió a mirar y sonrió. Dejó las cosas y fue al armario de su habitación a por el vestidito de princesa. Mientras se dirigía a su habitación escuchó de fondo a su padre, que se encontraba en la cocina hablando con alguien por teléfono. Parecía enfadado, porque estaba gritando e insultando. Pobrecito quien estuviera al otro lado del teléfono. La niña llegó a su habitación, abrió el armario, cogió la silla de su escritorio, se subió en ella y cogió el vestido.

De nuevo en la habitación de sus padres, dejó el vestido encima de la cama y comenzó a desvestirse. Qué complicado. Si estuviera aquí su madre para ayudarla.
-               Jopetas….

Primero la camiseta, luego las zapatillas y por último los pantalones. Cogió el vestido y se lo comenzó a poner. Mamá lo hacía todo más fácil. Después de unos minutos luchando contra el interior del vestido para poder sacar la cabeza por el orificio adecuado, respiró hondo y se colocó bien la vestimenta. Se puso los zapatitos que sus padres le habían regalado junto con el vestido. Se miró al espejo del armario y sonrió.
-         ¡El lacito!

Faltaba el lazo rosa que venía con el vestido. Fue de nuevo a su habitación. Su padre continuaba dando voces por teléfono. Cogió el lazo de su tocador, fue al lavabo a peinarse y a limpiarse la cara de los manchones que tenía por haberse refregado con el interior del vestido. Ahora sí. Era una princesa de pies a la cabeza.
-               Mamá…

Quería ver a su madre. Llevaba tres días fuera de casa de viaje de negocios, y la echaba mucho de menos. Su padre le hacía daño cuando la bañaba porque apretaba mucho con la esponja, no la peinaba suavemente y no la vestía como lo hacía mamá. Quería que volviera. Y pronto. Lucía se miró al espejo por última vez. Estaba radiante. Le plantó un beso al espejo y dejó la marca de sus labios pintados.

De pronto Lucía escuchó cómo se abría la puerta de la cocina. Su padre ya no estaba hablando por teléfono.
-               ¿Lucía?
-               Papi, papi, ven.

Su padre fue hasta donde se encontraba la niña, quien pudo ver que tenía los ojos rojos.
-               ¿Papi?
-               Pero cariño, qué guapa estás.
-               ¿Estás llorando? ¿Por qué lloras?
-               No cielo, es que a papá le han dado una buena noticia y está muy contento, y entonces llora de alegría.
-               ¿Se puede llorar de alegría?
-               Claro, pero sólo si estás muy muy feliz.
-               ¿Entonces tú estás muy feliz?
-               Sí cariño. Lo estoy…
-               Qué guay, porque quiero que me compres el muñeco de la tele.
-               Claro, lo que tú me pidas.
-               Sólo eso. Hoy soy una princesa. Mañana seré una mamá.
-               ¿Ah sí?
-               Sí, y cuidaré de Lolo.
-               ¿Lolo?
-               Jo papá el muñeco, que no te enteras.
-               ¡Ah! El muñeco, claro qué tonto…
-               ¡Me lo has prometido eh!
-               Sí cielo – el padre abrazó a la niña y le dio un beso en la frente -. Te quiero Lucía.
-               Y yo quiero a Lolo.
-               Claro… Piensa en Lolo. Piensa en cómo te está esperando en la tienda. Y lo buena mamá que serás. Piensa, mi princesa, en todo ello y sé feliz.
-               ¿Tú eres feliz?
-               Mucho cariño.
-               ¿Por eso lloras?
-               Sí…
-               Yo… yo no estoy llorando, pero también soy muy feliz - Lucía le devolvió el abrazo a su padre.
-               Te quiero mi niña.

El padre apuntó con una pistola a la sien de la niña y disparó. Notó como el peso de su cuerpo inerte caía sobre sus brazos. Miró su rostro sin vida. No paraba de salir sangre del orifico que la bala le había producido. Su princesa se había ido para siempre. Ahora estaría con su madre, muerta hacía tres días en un accidente de tráfico. El padre agarró fuerte de nuevo la pistola y esta vez la encañonó dentro de su boca. En el último segundo de su vida pudo ver a su mujer y a su hija, juntas y felices. Felices para siempre. Cuando aquel segundo pasó, el padre apretó el gatillo, marchándose para siempre pensando en que le había hecho un favor a su hija.

martes, 30 de agosto de 2011

CUENTA ATRÁS

            María y Paula, tumbadas en el sofá una al lado de la otra, ven tranquilamente la tele. Acaban de echar un polvo, María fuma un cigarrillo y no hay nada mejor que relajarse y dejarse llevar por los anuncios de la caja tonta. María mira a su chica, ella no se da cuenta de que es observada. Un anuncio en la televisión capta, de repente, la atención de ambas: promocionan una especie de reloj, el “Backle”, que tiene la capacidad de calcular, en forma de cuenta atrás, el tiempo de vida que le queda a su poseedor.
-         ¡Vaya! – exclama María.
-        Sí, hace unos meses dijeron algo de esto por las noticias, que lo estaban desarrollando, pero daba la sensación de que se convertiría en otra de esas investigaciones que no llegarían a buen puerto.
-         Pero es increíble ¿no? Quiero decir… ¡uau! ¿Predecir qué tiempo te queda de vida?
-       No sé María… yo pienso que el ser humano necesita del libre albedrío. Vivir con la angustia de saber que te queda un tiempo limitado puede hacer que te vuelvas loco.
-      De todas formas Paula, con o sin el aparato todos sabemos que tenemos un tiempo limitado en esta vida.
-         Sí, pero vives la vida de otra forma.

Al darse cuenta de que no se pondrán de acuerdo, ambas sonríen y se dan un beso. Abrazadas sobre el sofá, María no puede quitarse de la cabeza el Backle. Le da otra calada al cigarrillo ¿Libre albedrío? Claro, lo único que te determina es que puedes cambiar tu punto de vista de la vida con ese cacharro.

Al día siguiente, un sábado, María madruga más de la cuenta para poder acercarse a algún centro comercial y así echarle el ojo al reloj mágico. De mágico tendrá poco, piensa. Aparca el coche, son las 10:02, todavía tiene tiempo de comprar el objeto e ir a casa de Paula con alguna excusa sobre su retraso.

Como era de suponer, la tienda especializada está abarrotada de gente. El centro comercial abre a las 10, pero durante las primeras dos semanas de comercialización del reloj esas tiendas abrirán a las 8 de la mañana. María no pierde más tiempo y pide turno mientras se pone a la cola. Los vendedores no dan abasto y mientras unos atienden a los clientes, otros realizan viajes desde el almacén hasta el mostrador, portando con ellos grandes cantidades del producto. Por fin, tres cuartos de hora después, a María le llega el turno de ser atendida. Por 50 euros podrá comprobar cuánto tiempo le queda en esta vida. Su corazón late con fuerza. Paga y recibe el Backle.

Corre hacia el coche. Son las 10:53. Arranca el automóvil pero no se mueve del sitio. Coge el recién adquirido objeto y lo abre. Es un reloj bastante feo, pero lo que importa es su función. María coge las instrucciones y les echa vistazo. Parece ser que el reloj funciona, una vez colocado en la muñeca, sacando dos minúsculos punzones que se clavan en la piel, la atraviesan y analizan material orgánico durante diez minutos. Es entonces cuando determina la cuenta atrás de los latidos de tu corazón. María se lo coloca y el reloj empieza a procesar la información. Arranca el coche y conduce hasta casa de Paula mientras el reloj fija una respuesta.

Enseguida llega a casa de su pareja. Detiene el coche. Es entonces cuando mira su reloj. Ahí está: “72 años”. ¡Genial! María rompe a reír en su coche. Todavía le quedan siete décadas de vida. Qué alivio. Ahora piensa en todas aquellas cosas que puede hacer sin preocuparse por su vida. Siente lo que realmente significa la palabra libertad. Se enciende un cigarrillo y le pega un tiro largo. Sonríe de nuevo. Tengo muchos años para dejar de fumar, piensa ella. Con el cigarrillo en la boca, se quita el reloj, se lo guarda en el bolso, sale del coche, y se dirige al portal de Paula. Sube hasta el octavo piso y pica al timbre. Su novia le abre la puerta.
-         Enseguida estoy – dice con una sonrisa – pasa. Hoy nos hemos dormido las dos ¿eh?

María entra en el piso. No puede estar más feliz: le espera una larga vida y con la persona amada. Sabe que la amará siempre porque es capaz de verla tal cual es: inteligente pero torpe, cuadriculada pero muy desordenada. Sólo hay que ver cómo tiene la mesa de papeles, piensa María, qué cantidad de montones. Pero sonríe porque vuelve a pensar en que aún con esas minucias la desea y la ama. Paula ya está lista. María siente de repente un gran calentón, una euforia que recorre sus músculos y sus huesos hasta su entrepierna. Se lanza sobre Paula, dispuesta a disfrutar del sexo más salvaje.

Y así es. Dos horas después ambas yacen desnudas en la cama. Paula dormida, y María observándola, se enciende otro cigarrillo. Algún día, se dice para sus adentros. Mira a Paula. ¿Cuánto tiempo le quedará a ella? No se podrá quitar esa idea de la cabeza y lo sabe. Así que decide coger del bolso el reloj y colocárselo sin despertarla. Su corazón está taquicárdico. Su respiración se agita. Ahora a esperar. Mientras pasan los insufribles minutos decide vestirse. Busca la ropa interior, arrancada ferozmente, luego la camisa y el tejano. Por fin las chanclas. Se recoge la melena en una coleta y se decide a comprobar el reloj. Su corazón late con más fuerza ahora. Coge la muñeca de Paula y observa. De repente María deja de respirar, y su corazón se detiene por un segundo. El tiempo también parece detenerse. No puede ser. A Paula le quedan cinco minutos. Le quita rápidamente el reloj y se lo vuelve a guardar mientras su pareja se despierta.
- Vaya una me has dado, ¿no? – dice Paula feliz.

De pronto se escucha un sonido estremecedor que proviene de la calle. Ambas se asoman por la ventana. Al parecer dos coches habían colisionado justo delante de la portería de Paula. Esta se viste rápidamente para bajar a ayudar, pero a María no le hace ninguna gracia esa idea, aunque antes de poder decir nada Paula se levanta rápidamente de la cama y resbala con la zapatilla.
-         ¿Estás bien? – pregunta una María preocupada.
-         Mierda, creo que me he torcido el pie.
-         Bueno no te preocupes ponte hielo mientras yo voy a echar un vistazo a ver qué ha pasado. Tú quédate aquí.
-         De acuerdo.

María suelta el bolso y se dispone a bajar, preparada para ver cualquier cosa: heridos, muertos, coches a punto de explotar…  ¡Mierda! Cuando está a punto de salir por la puerta, vuelve y apoya el cigarrillo en el cenicero de la mesa. Por favor, reza María a algún oyente místico, si consigues que salgamos bien de ésta te juro que dejo de fumar, te lo juro. Quizás, piensa ella, acaba de cambiar el destino. Quizás estaba predestinado que Paula muriera abajo, y ahora ella la salvaría. ¿Significaba eso que María iba a morir sustituyéndola? Un escalofrío recorre su cuerpo mientras sale del piso cerrando la puerta tras de sí. Piensa en ello. ¿Ha deformado el destino? Una inseguridad inunda su mente mientras baja los pisos. Cuando llega a la planta baja decide esconderse. Sabe que hay heridos, pero no puede arriesgarse a que de repente explote un coche y sea ella quien muera. Así que se sienta en un escalón a esperar. Y esperar. Y esperar.

Al cabo de unos minutos, cuando llega la ambulancia, se desencadena una explosión en el piso de Paula. Todos gritan y se asustan. María está paralizada. No entiende nada. Y de nuevo otra explosión. Esta vez vuelve en sí y sube corriendo los ocho pisos. Por fin llega hasta la puerta. Está cerrada, pero observa cómo hay humo ennegrecido colándose por las ranuras del marco.
-         ¡PAULA! ¡POR FAVOR PAULA ABRE LA PUERTA! ¡¡PAULA!! – grita llorando y aporreando la puerta. Pero nada. - ¡¡¡¡PAULA!!!

Nadie abre la puerta. María intenta echarla abajo pero no lo consigue hasta que llegan unos vecinos y entre todos la derriban. Hay fuego por todas partes pero María entra dispuesta a buscar a Paula. Siente las llamas sobre su cuerpo aunque la adrenalina que corre por sus venas mengua el dolor. De pronto observa la figura inerte de Paula en el suelo, ardiendo en llamas.
-         ¡¡NO!! ¡¡PAULA NO!! ¡¡JODER PAULA!!
 
Los vecinos sacan como pueden del piso a María. Se ha cumplido. La profecía se ha cumplido. María no ha deformado el destino, siempre ha sido así. Estaba escrito que ella comprara el reloj y dejara sola a Paula. Lo peor es saber que la cusa de la muerte de Paula ha sido el cigarrillo que María dejó sobre la mesa que estaba a rebosar de papeles que, seguramente, prendieron con el pitillo encendido. Y María vivirá los 72 años que le quedan con esa herida en el corazón. Vivirá esos años en soledad con el recuerdo de un amor que por su culpa murió. Vivirá con las heridas mentales pero también físicas, graves quemaduras por todo el cuerpo que la dejarán inválida por el resto de sus días. Vivirá siete décadas con el corazón hecho añicos, pensando de qué le sirven tantos años si tiene que vivirlos de esa forma.

jueves, 11 de agosto de 2011

RECUERDOS DAÑINOS

Carlos sujeta fuertemente algo en su mano derecha. Lágrimas de pérdida recorren velozmente su desgarrado rostro. Se encuentra en la azotea de un gran edificio. Y salta. Por fin, se despierta del coma.

Un tubo de ventilación atraviesa sus vías respiratorias para llevarle oxígeno a sus pulmones. Rápidamente un equipo de médicos y enfermeras tratan de quitárselo. Está vivo. Pero no siente nada. Y lo peor está por llegar.

No recuerda nada, apenas su nombre. Dirige la vista hacia su cuerpo para auto explorarse, y observa que está completamente vendado. Su angustia es como veneno en sangre. Al final del día la enfermera procede a explicarle:

Carlos y su novio se toparon con un grupo neonazi a la salida del restaurante al que fueron a cenar, y se enzarzaron en una pelea. Carlos cayó en coma. Su pareja falleció al instante. 

Ahora recuerda. Aún débil, coge una fotografía de los dos de su cartera, la contiene enérgicamente en su mano derecha y con su alma amoratada, sube a la azotea y salta.

FRANCISCO JAVIER


Francisco Javier Pereda siempre había soñado con ser médico. Lo tenía claro, había nacido para ello. Pero su sueño no terminaba ahí: deseaba con todas sus fuerzas poder ejercer algún día de neurólogo en el extranjero. Ello le daba fuerzas cada día para obtener las más altas puntuaciones en los exámenes, obtener las mejores becas y alcanzar finalmente su objetivo.

Su familia la componían siete hermanos menores y su madre, que padecía una rara enfermedad que los médicos no habían podido diagnosticar. No obstante, la madre había mejorado en las últimas semanas. Estaba segura de que Dios la estaba curado para que así su hijo pudiera viajar al extranjero a finalizar sus estudios y ser un gran médico.

Una mañana, cuando la madre se encontraba en la cama aún medio dormida, Francisco Javier entró en la habitación para preguntarle cómo se encontraba. Ella se sinceró y le explicó que lo que más feliz podría hacerle sería que su hijo pudiera obtener la beca. Ya se encontraba mejor y podía estar al cuidado de sus otros hijos. Por fin Francisco Javier podría hacer realidad su sueño.

Y así fue. El joven viajó hasta Francia, donde acabó la carrera de Medicina y se especializó en neurología. Durante el tiempo que estuvo como residente conoció a una chica, Emilie, una residente obstetra. Se conocieron durante una convención en el hospital en el que ambos trabajaban. Les encandiló la conferencia, después de ésta se quedaron charlando durante horas. Y al día siguiente más. Y a la siguiente semana más. Se enamoraron perdidamente el uno del otro. Francisco Javier había alcanzado la felicidad.

Al cabo de unos años los dos jóvenes médicos finalizaron la residencia. Durante ese tiempo, Francisco Javier había mantenido contacto telefónico con su familia. Su madre se encontraba en perfectas condiciones, su extraña enfermedad había desaparecido. Sus hermanos habían  crecido y ya podían cuidar de sí mismos. Pasado ese tiempo, Francisco Javier deseaba volver a su país para visitar a su familia, pero Emilie no podía acompañarle, tenía que trabajar. No importaba, esa vez iría él sólo y, quizás al año siguiente, podrían ir los dos juntos.

Francisco Javier viajó hasta Lima. De nuevo se encontraba allí, en la habitación de su madre por la mañana. Ella tumbada en la cama. Él de pie mirándola, observando sus últimos momentos de vida. Se acercó sigilosamente a ella, cogió su mano, se arrodilló a su lado, y comenzó a llorar. Comenzó a llorar al darse cuenta de que ya no podría ir a estudiar al extranjero, que ya nunca conocería a Emilie, porque tendría que quedarse cuidando de sus siete hermanos pequeños. Comenzó a llorar porque había fallecido su madre, y con ella, todos sus sueños y esperanzas.

lunes, 8 de agosto de 2011

UNA GUERRA PERDIDA

Desgárrame como sólo tú sabes hacer,
descuartizar mi alma parece ser tu deber.

Puedes verme sufrir o comparecer con la verdad,
yo sólo sé emborracharme de dignidad.

¿Cuántas noches yo yací en la sombra hasta morir?
Las cadenas que hay en mí me alejan hoy de ti.

Recuérdame por qué lo tuyo es no querer,
cien mil lágrimas lloré y otras tantas lloraré.

Parece que sólo yo veo sangrar el cielo azul,
y aunque los ojos cierre, allí apenas queda luz.

El cielo rojo es, ¿por qué nadie más lo ve?
Lo que me espera allí no lo quiero saber.

Sólo soy para ti el monstruo que hay en mí,
pero yo tengo un fuerte sentimiento a redimir.

Y al final sigo aquí, solo y herido,
con la sonrisa a punto y el corazón dolorido.

CRISTAL


Lo tengo todo” pensó Cristal. “Soy una hija de perra con suerte, ¿para qué quiero más?”. Sentía que tenía toda su vida bajo control. Se regocijaba en sus pensamientos mientras recordaba cómo se había enamorado de su marido. O puede que sólo se casara con él por dinero. No era el momento para pensar en ello.

Ángel llegó de trabajar. Cristal escuchó cómo se cerraba tras él la puerta del recibidor. Se puso cómoda sobre la cama, vestida únicamente con una bata negra finísima que se fusionaba perfectamente con su piel perfilando sus curvas. A él le iba a encantar. Por fin Ángel llegó a la habitación donde se encontraba su mujer. Él se apoyó en el marco de la puerta y mostró la rosa roja que había comprado para su esposa unos minutos antes. Sonrió. Ella también. Ángel se acercó a la cama, dejó apoyada la rosa sobre el tocador, al lado del pequeño espejo redondo mientras observaba su reflejo. Se quitó la chaqueta y se desabrochó la corbata mientras ella dirigía su mano derecha a su entrepierna. Extendió la cabeza hacia atrás a modo de placer mientras sus dedos jugueteaban con sus labios inferiores.

Ángel se apresuró. Se bajó los pantalones, se quitó la camisa y se lanzó sobre ella rápidamente pero con caballerosidad. Recorrió con sus manos las piernas de su mujer, luego la cintura, las axilas, el cuello y por fin la cara. La agarró con ambas manos y le marcó un beso apasionado. El corazón de Cristal se aceleró, y notaba cómo las manos de su marido quemaban en su piel. Como siempre.

Él se levantó y fue a por unas esposas al cajón de los “juguetes”. Sacó un par. Se las colocó a Cristal, primero una muñeca y después la otra. A ella le dolían las muñecas de tanto usar las esposas. Pero no le importaba. Ángel fue recorriendo el cuerpo de su mujer a base de besos que le perforaban la piel y de lengüetazos que arañaban su tez. El cuello, los hombros, los senos…

Agarró los pechos de su esposa con suavidad, y los acariciaba mientras seguía con los besos entre ambos senos. Cristal volvió a extender la cabeza hacia atrás. Sentía que sus pechos le iban a explotar. Entonces Ángel se levantó y, con cuidado, embistió su miembro viril hacia la entrepierna de ella mientras Cristal abría sus extremidades inferiores.

Y lo sintió. Lo sintió tan dentro suyo que creía que iba a desgarrar su cuerpo. Pero él iba con cuidado a medida que aumentaba la velocidad de penetración. Cristal comenzó a gemir. Él también. La abrazó fuerte y le besó el cuello. Ella se retiró como por reflejo. Pero quería más. Todavía estaba en la dicotomía que dividía el placer del dolor.

Ángel la penetraba con fuerza. Aquel iba a ser el día indicado. Ella lo estaba sintiendo en su interior. Iba a quedar fecundada. Iba a albergar un ser, y le daría vida. Gritó del placer como nunca antes lo había hecho. Ángel agarraba su cuerpo con fuerza. Los dos querían. Beso. Caricia. Lametón. Contacto. Y entonces salió de él disparada la mitad de la futura vida, y se acercaba a la otra mitad, que poseía ella. Cristal cerró los ojos. Su hijo. Su futuro hijo. Su marido. Al que amaba. Ahora lo sabía. Lo amaba de verdad. Por fin acabó. Ángel yació unos segundos sobre el cuerpo de su mujer, ambos con la respiración agitada. Él se levantó, le dio un besó en la boca y se dirigió a por la rosa roja que había dejado en el tocador, al lado del pequeño espejo redondo, pero ya no podía ver su reflejo. Al lado del mueble Ángel observaba a su mujer, fecundada, orgásmica. La miraba enamorado. Sonrió. Se acercó a ella y depositó la rosa roja sobre el vientre de su esposa.

Y la dicotomía se desvaneció. Ella volvió en sí. Atada a la cama, con las muñecas ensangrentadas, como el resto de su cuerpo a causa de las mordeduras y los golpes que su pareja le había estado propinando en su contra durante tantos años. Ella no había huido porque estaba enamorada de él. Estaba atada a esa persona que la mataba día tras día. Tumbada inmóvil sobre la cama, casi no podía abrir los ojos. Tenía los párpados completamente amoratados e inflamados. Aún así pudo abrirlos lo suficiente como para dejar escapar unas amargas lágrimas y ver qué era lo que tenía en el vientre.

Rosa observó que el cabrón de su marido le había clavado un trozo de cristal del espejo del tocador en su abdomen, matándola por fin no sólo a ella, sino también al bebé que esperaba, perdiendo así su vida y la del futuro ser que ya nunca nacería.

PRESENTACIÓN

¡Buenas!

Me llamo Víctor, tengo 23 años y soy de Barcelona. Soy neurologopeda, pero mi gran hobby ha sido siempre la escritura, relatar todos aquellos pensamientos que cruzan mi mente, la creatividad que los envuelve, mis alegrías, mi dolor, etc.

Hoy comienzo este blog con el objetivo de abrir puertas a mis escritos, la mayoría de los cuales siempre he guardado para mí. Reconozco que lo hago con cierto recelo ya que una parte de los escritos serán relatos ficticios, pero otra parte serán publicaciones sobre mí mismo.

Hace aproximadamente un año comencé, en la biblioteca de mi ciudad, un cursillo sobre escritura creativa. Gracias al buen ambiente que se formó entre los asistentes y la profesora, hemos creado un grupo de escritores noveles conocido como “Taller Escritura Creativa L’arc de Sant Martí”. A partir de ese grupo nació nuestro primer (y de momento único) libro publicado: “Relatos y micro-relatos de un taller de escritura”, en el que cada uno de nosotros ha colaborado con ciertas publicaciones. Se puede adquirir en la siguiente página web:


Hasta aquí la presentación. Espero que disfrutéis leyendo el blog tanto o más como yo disfrutaré escribiéndolo.

Víctor G.