miércoles, 14 de septiembre de 2011

COLISIÓN: Sorpresas de fin de semana (parte 1/6)

Aitor y Fabio se habían quedado observando aquel precioso collar de plata a través del cristal de la joyería.
-          Es muy bonito – dijo finalmente Aitor.
-          Y muy caro. Joder tío, ya tiene ser buena tu novia en la cama.
-          ¿Y si le compro unos pendientes?
-          Sí, no salgas de las joyas vaya a ser que se te frían las neuronas.
-          Gracias por ayudar.
-          De nada majo. Sólo digo que ensanches horizontes.
-          Tranquilo, a ti te regalaré un vestido.
-          ¡Oh, gracias! Ya te lo dejaré para cuando tu novia use contigo la braga-polla.

Media hora más tarde Aitor salía de la joyería con un conjunto de collar, pendientes y pulsera, todo ello de piedra lapislázuli. Guardó la bolsa con el regalo en el maletero del coche y llevó a su amigo hasta el centro del pueblo.
-          Gracias por traerme.
-          Nada, nada. Todo sea por que no llegues tarde a tus citas. Y dime, ¿la de hoy es soltera o…?
-          Qué va. Tiene un marido que es jefe de nosequé departamento de nosequé banco.
-          Veo que te informas bien.
-          Chaval, lo que a mí me interesa es conocer su horario de trabajo, vaya a ser que me pille con las manos en la masa.
-          Siempre le puedes comentar hacer un ménage à trois – le aconsejó Aitor guiñándole un ojo.
-          No gracias.
-          ¿No te va ese rollo?
-          No me va ese banquero.

Aitor y Fabio se despidieron entre risas. Aitor puso rumbo a casa, donde iba a prepararle una sorpresa a Sofía. Todavía faltaba media hora para que llegara su novia a casa. Aitor aparcó el coche en su garaje, sacó el regalo del maletero, entró en casa y dejó las joyas envueltas en papel de regalo encima de la cama de matrimonio. Sacó un gran puñado de velas del cajón y las fue colocando desde la puerta del recibidor hasta el cuarto de baño. Dejó el grifo abierto para que se llenara la bañera. Cogió una bolsa llena de pétalos y fue repartiéndolos alrededor del camino de velas. También dejó unas pocas encima de la cama. Encendió todas las velas que había ido colocando por la casa. Miró el reloj. En cualquier momento llega. Se desvistió rápidamente y apagó todas luces para que las velas brillaran con todo su esplendor. De repente escuchó a su novia al otro lado de la puerta. Fue corriendo al cuarto de baño, cerró el grifo y se metió en la bañera. Escuchó los tacones de Sofía seguir el camino de velas que él le había marcado. Su corazón palpitaba con fuerza. Levantó la ceja para poner cara sexy cuando ella entrara al lavabo.
-          Cariño... – dijo ella.
-          Mi lady – susurró Aitor –. Aquí yace su sirviente dispuesto a cumplir sus órdenes.
-          Aitor... – continuó Sofía acercándose torpemente a él entre tanta vela.
-          Mi lady, mi querida lady... como no tenga usted cuidado con las velas le va a prender fuego a la casa con nosotros dentro.
-          Aitor, escúchame.
-          La escucharé y la montaré toda la noche mi lady...
-          Aitor tu padre ha muerto.

Se acabó la broma. Se acabó el juego. Sofía le explicó cómo su cuñada la había llamado a ella para contarle lo sucedido, ya que le era imposible contactar con su hermano. Al parecer se había caído por las escaleras y no pudo superar el accidente. Para cuando la ambulancia llegó el hombre ya había fallecido. Feliz aniversario pensó Aitor.

Lo que pensaba que iba a ser un gran fin de semana comenzando con un increíble viernes celebrando los dos años de pareja, se convirtió en un fin de semana de luto. Aitor se visitó, llamó a su único hermano y decidieron que irían en ese mismo momento hasta el pueblo de sus padres para estar con la viuda. Colgó el teléfono, le comunicó a su novia que volvería el lunes o quizás el martes, cogió las llaves del coche, se despidió de su novia y se dirigió a casa de su hermano en su Audi TT.

Tardaron cinco horas en llegar a su destino. Era la una de la madrugada pero el tanatorio del pueblo estaba repleto de vecinos que deseaban darle el último adiós a aquel buen hombre. Aitor se dirigió al lugar donde se encontraba su padre. Estaba pálido, pero en su cara se podía observar una sensación de paz como pocas veces había expresado. Ni los dos hermanos ni su madre pudieron pegar ojo durante la noche. Así, al día siguiente la viuda pidió que incineraran el cadáver para poder esparcir las cenizas en el lago donde ambos ancianos se conocieron hacía ya cuarenta años.

Y así fue. Después de comer se acercaron los tres, la viuda y los dos hijos, hasta el lago. Ella cumplió su promesa arrojando las cenizas. Entre lágrimas, los tres subieron de nuevo al coche y pusieron rumbo a casa.
-          Mamá – comenzó Aitor – nos gustaría que te quedaras con nosotros.
-          Claro – continuó su hermano –. Podemos turnarnos. Si quieres, puedes venir a mi casa de momento.
-          Gracias… a los dos. Pero no quiero ser un estorbo. En cuanto recupere un poco los ánimos buscaré un piso para mí sola.

Fueron cinco largas horas en las que a Aitor le dio tiempo a pensar en muchas cosas. Recordaba momentos que compartió con su padre, ese hombre que le enseñó todo lo que sabía, que le educó lo mejor que pudo, y que ahora se había marchado para siempre. Una vez su padre le dijo algo. No recordaba muy bien qué era.

Llegaron por la noche. Dejó a su hermano y a su madre en casa del primero. Se despidieron. Aitor les dijo que se pasaría a visitarles al día siguiente. Media hora después se encontraba en la puerta de su casa. Aparcó el coche y se miró en el retrovisor. Hacía horas que no derramaba una lágrima, y no era por falta de ganas.

Entró en casa y en ese momento recordó lo que le había dicho su padre: “hijo, ¿eres feliz? Si eres capaz de responder afirmativamente a esa pregunta mientras inspiras aire con una sonrisa en la cara, serás el hombre más envidiado de la tierra”. Se hizo aquella pregunta mientras abría la puerta de su casa, y sintió cómo una sonrisa afloraba en su boca, pero no fue capaz de responder a la pregunta. Era normal, pensó él, debido a los dos días que había pasado. Pero estaba enamorado, enamorado hasta las trancas. Ya era muy tarde, así que fue hasta su habitación sin hacer el menor ruido para no despertar a su novia. Fue desvistiéndose poco a poco mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Cuando estaba a punto de entrar a la habitación sintió un pinchazo en lo más profundo de su corazón. Entonces abrió la puerta.

Fabio…


jueves, 8 de septiembre de 2011

LA PRINCESA LUCÍA

Lucía abrió el cajón del tocador de la habitación de sus padres. Buscaba el maquillaje de su madre, ya que ese día su padre le había dado permiso para utilizar aquella pintura tan especial y que tantas otras veces había tenido prohibido acercarse. Pero por fin ya era mayor, ya tenía 5 años, que se dice pronto. Tenía que practicar con las pinturas antes de dedicar todo su tiempo a Lolo, el muñeco que le pediría a su padre que le comprara.
-               Qué rollo – decía la niña mientras se limpiaba la mancha del pintalabios que por error había ido a parar a la mejilla.

Su madre no estaba en casa para poder ayudarla con tan ardua tarea, pero no importaba porque ya había madurado, y comenzaba a tener responsabilidades. Lolo… Todavía tenía que pedírselo a su padre.

Lucía se miró al espejo. Estaba radiante. Sólo faltaba la purpurina por los ojos, pintados de color lila. Hecho. Se volvió a mirar y sonrió. Dejó las cosas y fue al armario de su habitación a por el vestidito de princesa. Mientras se dirigía a su habitación escuchó de fondo a su padre, que se encontraba en la cocina hablando con alguien por teléfono. Parecía enfadado, porque estaba gritando e insultando. Pobrecito quien estuviera al otro lado del teléfono. La niña llegó a su habitación, abrió el armario, cogió la silla de su escritorio, se subió en ella y cogió el vestido.

De nuevo en la habitación de sus padres, dejó el vestido encima de la cama y comenzó a desvestirse. Qué complicado. Si estuviera aquí su madre para ayudarla.
-               Jopetas….

Primero la camiseta, luego las zapatillas y por último los pantalones. Cogió el vestido y se lo comenzó a poner. Mamá lo hacía todo más fácil. Después de unos minutos luchando contra el interior del vestido para poder sacar la cabeza por el orificio adecuado, respiró hondo y se colocó bien la vestimenta. Se puso los zapatitos que sus padres le habían regalado junto con el vestido. Se miró al espejo del armario y sonrió.
-         ¡El lacito!

Faltaba el lazo rosa que venía con el vestido. Fue de nuevo a su habitación. Su padre continuaba dando voces por teléfono. Cogió el lazo de su tocador, fue al lavabo a peinarse y a limpiarse la cara de los manchones que tenía por haberse refregado con el interior del vestido. Ahora sí. Era una princesa de pies a la cabeza.
-               Mamá…

Quería ver a su madre. Llevaba tres días fuera de casa de viaje de negocios, y la echaba mucho de menos. Su padre le hacía daño cuando la bañaba porque apretaba mucho con la esponja, no la peinaba suavemente y no la vestía como lo hacía mamá. Quería que volviera. Y pronto. Lucía se miró al espejo por última vez. Estaba radiante. Le plantó un beso al espejo y dejó la marca de sus labios pintados.

De pronto Lucía escuchó cómo se abría la puerta de la cocina. Su padre ya no estaba hablando por teléfono.
-               ¿Lucía?
-               Papi, papi, ven.

Su padre fue hasta donde se encontraba la niña, quien pudo ver que tenía los ojos rojos.
-               ¿Papi?
-               Pero cariño, qué guapa estás.
-               ¿Estás llorando? ¿Por qué lloras?
-               No cielo, es que a papá le han dado una buena noticia y está muy contento, y entonces llora de alegría.
-               ¿Se puede llorar de alegría?
-               Claro, pero sólo si estás muy muy feliz.
-               ¿Entonces tú estás muy feliz?
-               Sí cariño. Lo estoy…
-               Qué guay, porque quiero que me compres el muñeco de la tele.
-               Claro, lo que tú me pidas.
-               Sólo eso. Hoy soy una princesa. Mañana seré una mamá.
-               ¿Ah sí?
-               Sí, y cuidaré de Lolo.
-               ¿Lolo?
-               Jo papá el muñeco, que no te enteras.
-               ¡Ah! El muñeco, claro qué tonto…
-               ¡Me lo has prometido eh!
-               Sí cielo – el padre abrazó a la niña y le dio un beso en la frente -. Te quiero Lucía.
-               Y yo quiero a Lolo.
-               Claro… Piensa en Lolo. Piensa en cómo te está esperando en la tienda. Y lo buena mamá que serás. Piensa, mi princesa, en todo ello y sé feliz.
-               ¿Tú eres feliz?
-               Mucho cariño.
-               ¿Por eso lloras?
-               Sí…
-               Yo… yo no estoy llorando, pero también soy muy feliz - Lucía le devolvió el abrazo a su padre.
-               Te quiero mi niña.

El padre apuntó con una pistola a la sien de la niña y disparó. Notó como el peso de su cuerpo inerte caía sobre sus brazos. Miró su rostro sin vida. No paraba de salir sangre del orifico que la bala le había producido. Su princesa se había ido para siempre. Ahora estaría con su madre, muerta hacía tres días en un accidente de tráfico. El padre agarró fuerte de nuevo la pistola y esta vez la encañonó dentro de su boca. En el último segundo de su vida pudo ver a su mujer y a su hija, juntas y felices. Felices para siempre. Cuando aquel segundo pasó, el padre apretó el gatillo, marchándose para siempre pensando en que le había hecho un favor a su hija.